jueves, 23 de febrero de 2012

Sebas 4 - El Fantasma (primera parte)

Tengo que publicar rápido otra entrada, mis padres se han enterado de que tengo un blog! jajajaja...

EL FANTASMA (primera parte)

- ¿Por qué te llaman Atún? –preguntó Sebas.
Este siguió hurgando con un palo entre las piedras, por donde acababa de desaparecer una lagartija.
- De pequeño me llamaban “Bonito” –respondió-. Luego crecí y me quedé en Atún.
El Topo había aparecido aquella tarde con ese chico alto y desgarbado, con una camiseta del Naranjito puesta del revés, no se sabía si en plan protesta o por simple despiste.
Les había contado que Ruiz y Ortiz, los guardias civiles, le estuvieron haciendo preguntas sobre el chamuscado coche de don Severo, del que él no sabía nada, hasta que llegó su madre (que tenía mucho poder en el pueblo por regentar el club Curvas Peligrosas) y se lo llevó a casa.
- ¡Algún día descubriré la verdad! –dijo el Atún alzando el puño apretado-, y al que haya sido…
¡PLAS! Golpeó en su mano abierta, con tal fuerza que a Sebas le dolieron los empastes. El Topo prefirió cambiar de tema.
- ¿Y cómo es la vida en el circo, tío?
La mirada del Atún se marchó hacia la lejanía, dándole un aire de cow-boy soñador. Antes de responder, emitió un profundo ronquido y escupió.
- La leche. En el circo conoces gente increíble. Gente de la que aprendes más en un día que en cien años de escuela.
Los otros apoyaron la mano en el mentón, dispuestos a escuchar.
- Empecé como ayudante del domador. ¡Qué tío! Yo creo que tenía superpoderes, ¡hablaba con los animales! Gruñía el león y me decía “Atún, tráele un cubo con agua, tiene sed”. Ronroneaba y decía “Atún, córtale las uñas”. Tuvo mala suerte, un día llegó un león nigeriano, con un acento muy cerrado. Le entendió “tengo algo en la garganta” cuando en realidad había dicho “tengo más hambre que Carpanta”… Fue una gran pérdida.
Sebas y el Topo abrieron mucho los ojos, con espanto total.
- Después estuvo con nosotros un malabarista vagabundo. Manejaba seis mazas ¡seis! subido en su monociclo. Y eso que era manco. Sólo los más grandes son capaces de eso.
- ¡Fiuuu!
- Hizo dos funciones con nosotros, lo recuerdo porque coincidió con el concurso de rondas de La Adrada. No había quien durmiera. Después se cayó del monociclo y se rompió la espalda.
El Atún bajó un poco la mirada, reflexionando quizá sobre lo caprichoso de la grandeza y el destino.
- ¿Y sabéis lo que me dijo cuando se lo llevaban inmovilizado en la camilla?
Sebas y el Topo se acercaron aún más, estirando sus cuellos como tortugas.
- Me dijo: “Sabía que no debía actuar aquí. Él me lo advirtió”.
- ¿”Él”? ¿Quién?
El Atún mantuvo el silencio un instante, evaluando si su audiencia podría resistir el impacto.
- El fantasma.
A pesar del calor sofocante que caía aquel verano sobre el valle del Tiétar, un escalofrío recorrió la espalda de Sebas.
- ¿Qué… qué fantasma?
- El del castillo.
- ¿El de La Adrada? –preguntó el Topo.
- El mismo. Nosotros estábamos acampados a sus pies, preparados para la función del día siguiente. Después de cenar siempre nos quedábamos charlando bajo las estrellas y jugando a las sillas. En esto se levantó el malabarista, a hacer aguas menores. Como tardaba, creímos que habían pasado a aguas mayores. Pero cuando volvió estaba blanco como el papel.
- Yo conocí a uno al que le dio un derrame cerebral, del esfuerzo –intervino el Topo.
- No, fue peor que eso. Tartamudeando, nos contó que se había acercado a las ruinas del castillo, a la parte de la antigua capilla. Y entonces…
- ¿Qué? ¿Qué?
- Una aparición. De entre las ruinas surgió la figura de un hombre. Llevaba ropas extrañas, como de otra época, y tenía una voz ronca, de ultratumba. El malabarista se quedó paralizado. La figura se dirigió a él como flotando, alargó la mano y le dijo: “No deberíais estar aquí”. Y al instante, desapareció.
Un violento temblor sacudió a Sebas, que disimuló haciendo un paso de Michael Jackson.
- Yo no me creo ni una palabra –dijo el Topo-. Siempre te estás inventando historias, Atún, como aquella vez que convenciste a todos de que don Severo era en realidad Concha Velasco. A mí no me la das.
- ¿Ah, sí? ¿No será que tienes miedo, caguica? Prefieres pensar que los fantasmas no existen.
- ¡Pues claro que no existen!
- Si es así, no te importará pasar una noche en el castillo ¿no?
- ¡Como si es una semana!
Se quedaron mirándose desafiantes. Sebas abrió la boca, intentando evitar lo que vendría a continuación, pero…
- ¿Esta noche?
- Esta noche. A las ocho en El Teso, con las bicis y el saco de dormir.
- Yo –empezó Sebas- no sé si mi madre me va a dejar dormir fuera de casa…
- Dile que vienes a dormir conmigo –sentenció el Atún-, con eso quedará tranquila.
Sebas pensó que su madre no conocía aún al Atún, pero que, en aquel caso, tanto mejor.

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