lunes, 13 de abril de 2015

En la revista del cole a veces publico alguna historieta, como esta en la que un niño a lo Huckelberry Finn conoce a otros, prisioneros en una especie de jaula...

PANTACLETO

Pantacleto era un niño corriente. Vivía con Limón, su gato de tres pies, en una cabaña con ruedas junto a un río de leche condensada.
También era normal su forma de vestir: con su chaqueta de judo y su pantalón a parches de dos largos iba siempre la mar de elegante. Llevaba los zapatos cambiados de pie, para no caminar nunca en línea recta. Y, los días de sol, se ponía una gorra de policía que había encontrado en la cabeza de uno.
Desde hacía un tiempo sufría una grave enfermedad (un médico al que nunca ha visto dice que por la picadura de un abejorro alejandrino): solo hablaba en verso. Decía una palabra, luego otra encima, y le salía una rima. ¡Uy, qué contagioso es!
Si salía a pasear, le oías decir:
-Le deseo buenos días, mi buen amigo Matías.
¿Y si era por la tarde?
-Don Matías, aunque feo, buenas tardes le deseo.
Un día su paseo en zigzag le llevó a una verja muy alta tras la que se oía un gran griterío. Se asomó y vio un montón de niños corriendo y gritando como grillos en una jaula. Algunos, al ver su aspecto estrafalario, se alejaron a toda prisa. Pero otros, aburridos de jugar siempre a lo mismo, se acercaron a él con curiosidad. Dos de estos eran Pepín y Carmela.
-¿Cómo te llamas? –le preguntaron.
-Sin dármelas de coqueto, yo me llamo Pantacleto.
-¿Y por qué no estás en el colegio?
-¿Esta jaula es el colegio? ¡No quiero ese privilegio! Os ayudaré a saltar si es que queréis escapar.
-¡No! No podemos. La directora nos castigaría.
-Y nuestros padres.
-¡Uy! Ahí viene la cuidadora.
Los niños se apartaron de la verja, pero Pantacleto, que tampoco parecía saber lo que era el miedo, se quedó a esperarla.
-Niño, ¿qué haces ahí?
-Buenos días y un sostén le deseo yo también.
-¿Cómo dices?
-¿La cazadora es usted? ¿Cazó a los niños con lazo, o bien empleó una red?
-No sé de qué me hablas, pero si no te vas llamaré a la policía.
Pantacleto se subió un poco la gorra de policía que llevaba puesta.
-Mejor llame usté a un bombero, que me falta ese sombrero.
La cuidadora se fue corriendo a avisar a la directora de que había un gamberro peligroso en la verja del colegio. Pantacleto aprovechó para despedirse de sus nuevos amigos.
-Si un día salir podéis, junto al río me veréis. Pesco trucha y palometa, y todas son de galleta. En mi pequeña cabaña seréis siempre bienvenidos, allí cabe toda España, aunque sea algo torcidos.
Pepín y Carmela se quedaron viendo cómo Pantacleto se alejaba en zigzag, como si estuviera jugando él solo en un balancín. Cruzaron una mirada astuta. Ya sabían dónde ir, si acababan los deberes antes de anochecer…




viernes, 17 de enero de 2014

MAPA DE LOS CUATRO REINOS

Por fin sé cómo son los Cuatro Reinos. Dónde está Mohs-Brydhal. Dónde nace el Imrhoras. Cuál es la capital de Häile. Qué camino siguieron Sevso y Abhad hacia el Norte. Dónde se encontraron con los guerreros de Liàm, y dónde lucharon codo con codo. Sé cuánto mide la Laguna Eterna y el camino para llegar al Bosque de Piedra.

Pero también veo los lugares donde se va a desarrollar la segunda parte de Piedras Verdes. El sagrado monte Hopen, y la pequeña aldea a sus pies donde nació Tiäm. Las tierras donde habitan los Ülum, jinetes de las estepas. Dónde conoció a Hêika, el mercenario, y dónde se despidió de él. El lugar donde aprendió el arte de la lucha, y en el que... ¡Eh, eh, eh! Casi cuento el final.

Pronto lo podréis conocer.



jueves, 6 de septiembre de 2012


LIBROS CON OLOR vs LIBROS CON SABOR


Anoche ocurrió algo extraño. Estaba leyendo un libro a mis hijos, tumbado en su cama (qué cómoda es, qué codazos me tienen que dar para que abra los ojos y termine el capítulo), cuando de pronto me di cuenta de que ¡una lágrima estaba rodando por mi mejilla! Charlie acababa de encontrar un billete dorado de la fábrica de chocolate Wonka y proponía a sus padres venderlo para comprar comida.

Y entonces me vi rodeado de un halo de luz brillante y una música celestial (un sexteto para xilófono, trompisón y maracas), y tuve una revelación: ¡tenía sentimientos! No era como el hombre de hojalata de Oz. Entonces ¿por qué ninguno de los libros infantiles que había leído a mis hijos me había producido emoción alguna? Ni risa, ni suspense, ni pena, ni miedo, ni nada de nada.

Miré el montón que se apilaba en la mesilla de noche: un murciélago escritor, sus tres hermanas, una niña con un libro de magia, un ratón madurito, un niño superhéroe… Dibujos a todo color, portadas con brillantina, letras con formas extrañas, ¡hasta olores! Solo les faltaba una cosa: sabor. ¡Eran sosos! Miré entonces el ebook que tenía en la mano: solo palabras.

Y entonces comprendí la magia tan poderosa que solo poseen algunos alquimistas de las letras, que combinando 27 signos en fórmulas mágicas, pueden provocar (a distancia) que una persona se sienta triste, o alegre, o enfadada, o asustada, o valiente, o sorprendida, ¡o hambrienta!

Mis libros solo mirarán de lejos a los de Roald Dahl o Astrid Lindgren, hechiceros de nivel 10, pero si (cuando nadie os vea) sacáis la lengua y probáis una página, veréis que ¡sabe a pimienta y regaliz!

martes, 24 de abril de 2012

Sebas 6 - Exiliado

SEBAS 6 - EXILIADO

Este es el capítulo 6 de "Sebas en Sotillo", artículo que nunca llegó a ser publicado en El Periódico del Tiétar, por problemas de... de... ¡y yo qué sé!

- ¡DING-DONG! –sonó el timbre de la puerta. La madre de Sebas dio un respingo y soltó un sonoro ronquido. La habían pillado en plena siesta de sillón. Cuando abrió la puerta, aún medio dormida, y vio delante de ella a dos guardias civiles de uniforme, soltó un ronquido aún mayor y se dio contra el marco.
- Buenas tardes, señora –saludó Ruiz llevándose una mano a la gorra-. Nos gustaría hablar con usted.
- Pasen, pasen –respondió ella abriéndoles paso hacia el salón- ¿Qué ha sucedido, por Dios?
Sebas, que estaba arriba en su cuarto leyendo un tebeo de Superlópez, aguzó el oído.
- ¿Reconoce usted esto? –disparó Ortiz a bocajarro, y le mostró una cantimplora de aluminio abollada cubierta con fieltro verde. Sobre él, escritas a bolígrafo, se leían las siguientes iniciales: “S.G.M.”
- Parece la cantimplora de Sebas –respondió la mujer, sin comprender- ¿Dónde la han encontrado?
- En la iglesia.
- Vaya, me ha salido beato.
- No precisamente. ¿Dónde ha pasado la noche su hijo?
- Pues… con un amigo… un tal Bonito…
- Atún.
- Eso, Atún. Me dijo que se iban de acampada, por las Presillas para arriba…
Ruiz y Ortiz intercambiaron una mirada de suficiencia, como diciendo “pobre mujer, no se entera de nada”.
- Señora, parece que no estuvieron en las Presillas, sino haciendo pillerías. Esta cantimplora no entró a la iglesia por la puerta. Atravesó la vidriera. Algún gamberro la utilizó para destrozarla. Y ese mismo gamberro tendrá que pagar las consecuencias. Que pueden ser graves.
Sebas se levantó como un resorte ¡Su cantimplora! Abrió la mochila que había llevado a su excursión nocturna al castillo de La Adrada. Todavía estaba tal cual la había traído, ocupado en el estudio del vuelo de las moscas no había tenido tiempo de recogerla. Revolvió su contenido, lo volcó sobre la cama y ¡maldición! La cantimplora no estaba. Entonces le vino a la mente como un bofetón la imagen del Topo aquella mañana, ya de vuelta en Sotillo, echando un trago de ella, retrasándose un momento para ajustar por enésima vez el tornillo de sus gafotas… Y nada más. ¡Se habían dejado la cantimplora en las escaleras de la iglesia! Y alguien la había utilizado para cargarse la vidriera.
¿Cómo iba a demostrar que no había sido él? Sólo tenía su cara de bueno, que con el pelo revuelto y las manchas de tomate frito de los espaguetis, no quedaba nada convincente. Además ya tenía antecedentes con Ruiz y Ortiz, de la vez que se coló con el Topo en el circo de Sotillo. Y con la fama que tenía el Atún… Con otro bofetón, le llegaron imágenes de su tierno cuerpecito picando piedra entre los muros de un penal, rodeado de delincuentes de la peor calaña y condición…
¡Tenía que huir! No había otra solución. Enviaría a sus padres una carta desde Argentina, diciéndoles que estaba bien y que había emprendido una nueva vida.
Con lágrimas en los ojos, se echó de nuevo la mochila al hombro y se descolgó por la encina que había junto a su ventana. Afortunadamente tenía la bici en la parte de atrás y pudo cogerla sin que le vieran.
Pedaleó sin rumbo, por caminos solitarios, preocupado sólo de dejar tierra de por medio. Su sentido de la orientación no era muy bueno, por lo que volvió dos veces a su casa. Pero al fin, en uno de sus desvaríos ciclísticos, llegó a Higuera de las Dueñas. Un momento… ¿no se iba por allí al pueblo de sus abuelos? ¡Sí! Reconocía aquel paisaje, y aquella carretera llena de bultos.
Se decidió. Sus abuelos le podrían ocultar un tiempo, hasta que atravesara la frontera con Pelahustán al menos. Pedaleó con fuerza. Por la carretera se avanzaba rápido, pero tenía que ocultarse cada vez que escuchaba acercarse un coche. Si no le daba tiempo, simplemente hacía la estatua. Tras una infinidad de curvas y cuestas, divisó el cartel de desvío: “Almendral de la Cañada”. Y por fin, sudando y con calambres en las piernas, llegó a la casa de sus abuelos. Estaban sentados fuera, cotilleando con los vecinos, que si se ha muerto no sé quién, que si tal se ha encamado con cual… Cuando le vieron, el abuelo Indalecio cayó de rodillas creyendo que era un fantasma.
- ¡Mi nieto! ¿Por qué, Dios mío? Era torpe y atolondrado, pero ¿por qué te lo has llevado a él, habiendo viejos como yo?
- Abuelo.
- ¿Qué mensaje me traes del más allá?
- Que me voy a Argentina, que si me dejas dinero para el coche de línea.
El abuelo se preguntó por qué no iba volando con sus alas de ángel, y entonces cayó en la bici y en lo sudado que venía el niño.
- ¿Ya no dan alas en el cielo? Sí que está mal la cosa…
- Abuelo, soy yo. Me he escapado de casa, me persigue la guardia civil. Quieren meterme en la cárcel. Tengo que huir.
El abuelo se recompuso. Largó a los vecinos con viento fresco, entró en la casa y salió con todo el dinero que tenía, tres billetes de mil pesetas y unas monedas. La abuela ya le había traído un vaso de leche y unas magdalenas.
- Yo también estuve en el exilio –dijo entregándole el dinero-. Pasé tres días en La Iglesuela tras pegar un estacazo al papanatas del alcalde. Sé lo que es eso. Estar solo, lejos de tu hogar, sin esperanza de volver a ver a tus seres queridos… Es duro. Así es que, antes de marcharte, cuéntame la historia. Quizá haya otra solución.
Sebas le contó lo que había sucedido. El abuelo asentía. Romper la vidriera de una iglesia era algo muy serio. No sólo porque costaban un ojo de la cara, sino por el simbolismo. O algo así.
- ¿Y no tienes ni idea de quién ha podido ser? –le preguntó.
Sebas detuvo su perorata. No lo había pensado. ¿Quién era lo suficientemente canalla para hacer tal gamberrada y cargársela a él? Entonces le vino como otro bofetón la imagen de Rickie, el primo tartaja del Clan de los Desdentados, que buscaba venganza desde que se partió los paletos jugando con él. ¡Se habían cruzado aquella mañana! ¡Delante de la iglesia! Iba paseando a su perro, Barón, al que todos llamaban Babón.
- Abuelo, ya sé quién ha sido. Un granuja cobarde gallina capitán de las sardinas. Pero ¿cómo demostrarlo?
El niño vio cómo las facciones de su abuelo se iban transformando hasta convertirse en una máscara de fría furia.
- Eso déjamelo a mí.

viernes, 20 de abril de 2012

Catherine y la telaraña

¡Cómo se enredan las cosas! Fijaos en esta historia, autobiográfica total aunque no he ahondado en detalles físicos como mi gran musculatura, por no aburrir. Atentos:

En algún momento del siglo XX, seguramente hace más de quince años (¡ay, Dios!), llegó a mis manos un libro muy gordo titulado "Curso de Navegación de Glenans". Al leerlo, fue tal el ansia de agarrar una escota entre las manos y notar en la cara el viento de ceñida, que me metí en la bañera con la ducha en la mano y la ventana abierta y me apunté a un curso de vela. Con mi mujer, por supuesto. Siempre me ha acompañado en mis tonterías (¿he dicho ya que no echo la lotería porque ya me tocó el cuatro de abril del 90?).
En aquel curso descubrí la vela, afición que desde entonces se ha quedado clavada en mi cabeza en forma de síndrome de abstinencia primaveral, y que no consigo superar hasta que no navego una o dos veces. Pero también comenzó a fraguarse algo más. Algo que la espesa telaraña de la existencia no se encargaría de sacar a la luz hasta otros diez (¡ay, Dios!) años más tarde.
Tras seis o siete cursos, conseguí un montón de amigos. Tres, en concreto. Esta historia trata de dos de ellos: uno se llama Juan Carlos y la otra Catherine, para más señas. Un matrimonio más o menos con nuestras mismas aficiones, él se dedicaba a traducir y ella a algo de libros. Suficiente para una amistad.
Recuerdo el primer curso y la fiesta de la última noche, en el campo. Recuerdo la empanada y el caldero de sangría. Pero sobre todo recuerdo cuando me la eché encima al oír una voz cristalina que de pronto se puso a cantar ¡En francés! Una canción marinera que acalló todas las risas y nos hizo mirar a las estrellas. La misma voz que sonó el día de mi boda...
Pero continuemos o perderé el hilo. Remontémonos a cuando yo tenía seis años y escribí mi primer cuento, mi flamante "El coche y el conejo"... o quizá sea mucho remontarse. ¿Puede que aquella redacción, a los doce años, en que don Ricardo me puso un cuatro porque, a pesar de tener "un estilo muy bueno" el tema no tenía nada que ver con lo que él había pedido? ¿O quizá aquellas hojas sueltas que rellenaba en COU para acallar los hormigueos poético-amorosos de la febril adolescencia?...
¡No lo sé! El caso es que, enredándome enredándome, me había ido haciendo escritor. Pues con esto y unas dosis de Los Cinco, El Señor de los Anillos y Harry Potter en el cuerpo, me puse a escribir un libro: "Primer verano en Tresaguas". Luego abrieron el centro comercial y pasó a "Primer verano en Piedras Verdes". Tardé poco en escribirlo, unos siete años, y cuando acabé me acordé de mi amiga Catherine, que trabajaba en "algo de libros". Seguro que ella tendría algún consejo. Entonces tuvimos por mail uno de los diálogos más entrañables que recuerdo:
- Estimada Catherine, tengo un manuscrito, ¿qué puedo hacer con él?
- ¡Zopenco! Soy agente literaria. Mándamelo y veremos si se puede salvar algo de las brasas.
Sus ánimos y su buen humor me llegaron al alma. ¡Resulta que Catherine era agente literaria! A eso se refería cuando intentaba explicarse torpemente entre virada y virada... Sentí cómo me iba enredando más y más en las hebras de la telaraña. El avieso destino estaba en medio de todo aquello, no había duda.
Aquello fue en el 2008. Pasaron otros cuatro años (¡ay, Diooos!), escribí otro libro y todo, cuando el otro día (17 de abril de 2012, quede para la posteridad), en el trabajo, suena el teléfono:
- ¿Diga?
- Hola... soy Catherine.
- ¿Catherine? ¿Qué demo... qué se te ofrece, corazón?
- Tengo una revelación. Dios existe... ¡alguien quiere publicar tus libros! ¡Los dos! La editorial Planeta... bla... bla...
El mundo se me desdibujó ante los ojos. Sentí cómo todo me daba vueltas y desperté babeando y con un chichón como un balón de rugby. Pero con una sonrisa de oreja a oreja.
Después de tantos años y de tantas hebras de la telaraña recorridas ¡aquí está! ¡Que me van a publicar! Lo malo es que ahora me tocará llamar a Catherine y decirle:
- Se nos quedó la conversación a medias ¿Y ahora qué?
- ¡Zopenco! Ven a firmar el contrato ¿o es que ahora vas a andar con remilgos! ¡Espabila!

Ayyyyy, creo que nunca le agradeceré lo bastante a esta chica la dedicación que me ha regalado. Sin ella nunca habría podido ni aún el destino hacer nada por mí.

Esta entrada va por ti, Cat.

Besos

viernes, 30 de marzo de 2012

El Club de los Aventureros - Portada

Chicos/as, necesito vuestra ayuda!
Estoy a puntito de publicar un libro en una página web de esas de autoedición, para que os lo podáis descargar si queréis, o imprimirlo en papel incluso. Y necesito diseñar la portada.
Para que os pongáis en situación, es un libro infantil / juvenil con mucho cachondeo, no valen portadas demasiado serias!
Os propongo algunas que me he hecho en power point (en plan profesional, jajajjja), para que me digáis cual os gusta más. Y si tenéis alguna idea nueva o diferente, o algún comentario del tipo "esto quedaría mejor así o asá" o lo que sea, os agradeceré me lo hagáis llegar. Las líneas discontinuas son márgenes de seguridad, es decir, que hasta ahí puede que llegue la guillotina de la imprenta.

Gracias gracias gracias gracias gracias!



lunes, 27 de febrero de 2012

Sebas 5 - El Fantasma (segunda parte)

EL FANTASMA – Segunda parte

Cuando Sebas llegó a El Teso con su bicicleta, el Topo ya estaba esperando. Sebas bajó de la bici y se quitó la mochila intentando parecer despreocupado. Al soltarla en el suelo sonó un ¡CLONC! Iba cargada con todo lo que se le había ocurrido que podría necesitar un trío de cazafantasmas: linterna, navaja, cuerda, cantimplora, saco de dormir, bocadillo de tortilla y una bolsa de cortezas de cerdo. Ah, y un crucifijo que ponía “Recuerdo de Calatrava”.
- ¿Qué pasa, tío? –saludó- ¿Por dónde vamos a ir a La Adrada, por la carretera?
- Nones. No me gusta ir junto a los coches. Iremos por el Canto de los Pollitos y rodearemos el cerro de la atalaya.
- ¿Y el Atún?
- Tarde, como siempre. ¿O será que le ha entrado el cague?...
En esto llegó el Atún en una BH destartalada, con su saco de dormir aplastado en el transportín.
- ¡Vamos, niñatas! ¡A la aventura!
Cogieron un camino ancho de tierra por el que de vez en cuando pasaba algún coche, pero al instante este empezó a bifurcarse en otros más pequeños y con más piedras, y se quedaron solos. Pedalearon un buen rato bajo los pinos, hasta que llegaron a las primeras calles de La Adrada. Pasaron junto al instituto y ascendieron la cuesta hasta el castillo en ruinas. Un gran paredón todavía se mantenía en pie, con los restos de una bóveda. Aquello debía ser la capilla. Alrededor había piedras diseminadas aquí y allá, y bastantes agujeros.
- ¿Topos gigantes?
- Buscadores de tesoros. Una vez vi a uno presumiendo de haber encontrado una vasija antigua y un par de doblones de oro. Aunque yo leí en la vasija “Made in Sartajada”, y en los doblones salía la cara de un rey que era clavadito a Franco.
- Bueno, ¿dónde nos instalamos? –preguntó el Topo pensando ya en el bocadillo de chorizo frito que le había hecho su madre.
- Aquí, en la capilla –respondió el Atún mirándole desafiante.
- Pues vale –respondió el Topo manteniéndole la mirada y rompiendo el papel de plata.
Sebas no las tenía todas consigo. La luz del sol se estaba yendo, y con ella cualquier parecido a una excursión campestre. Mientras compartían sus bocadillos y las cortezas, se preguntaba si no estarían cometiendo una gran estupidez.
- “Con lo bien que estaríamos echando un futbolín en el Dos de Mayo” –pensó.
El Atún y el Topo continuaron hablando en tono bravucón, cada cual narrando hazañas más gordas e increíbles, hasta que se les ocurrió la genial idea de contar historias de miedo.
- Esto ocurrió de verdad –dijo el Atún muy serio-. Me lo contó un jefe de boy-scouts, que estuvo en aquella desgraciada acampada. Fue cerca de La Nieta, en Piedralaves, aunque nadie dice exactamente dónde, para que no se le ocurra a algún loco volver a repetir. Me contó que habían acabado de cenar y de hacer el fuego de campamento. Se metieron en las tiendas, dispuestos a dormir, cuando comenzaron a oír pasos fuera. Pensando que era algún zorro, salió un chico de la tienda para asustarle y que no se zampara la comida. Pero pasó un rato, y el chico no volvía. Le llamaron y nadie respondió. Empezaron a oírse de nuevo los pasos. Esta vez se asomaron dos chicos con linternas. Y tampoco volvieron. Los demás se apretujaron en sus sacos de dormir, creyendo que las tiendas de campaña les servirían de protección, pero tras un rato de oír pasos, desde la tienda del jefe scout se pusieron a llamar a los demás ¡y no quedaba nadie! En un arranque de valor, el jefe abrió la cremallera y salió pitando cuesta abajo. Corrió tanto que casi se pasó el pueblo. Del resto de los chicos nunca más se supo.
- Seguro que fue El Lobandrel –dijo El Topo.
- ¿E… El Lobandrel? –preguntó Sebas.
- Es un lobo gigante que ronda por estas sierras. La gente lista nunca sale de su casa cuando hay luna llena.
- Anda, hoy hay luna llena.
- Bueno, esto es una capilla y también un cementerio. Aquí estamos a salvo.
- Del Lobandrel sí, pero de las almas en pena…
A estas alturas Sebas tenía tales temblores en el cuerpo, que parecía que le habían conectado a corriente alterna.
De pronto, los grillos dejaron de cantar.
Sebas miró alrededor, temiendo lo que podría encontrar. Las sombras se habían vuelto oscuras como pozos. Y entonces, como nacido de ellas, apareció.
Una figura con ropajes antiguos, envuelta en niebla, avanzó hacia ellos con paso majestuoso. Sebas dio un brinco, pero los otros dos fueron más rápidos y ya se habían apretujado en la retaguardia, dejándole a él el honor de enfrentarse al espectro.
- ¿Qué hacéis aquí? –pronunció éste con una voz lóbrega como una tumba.
- Na… na… nada, señor –qué difícil es hablar sin saliva y con espasmos por todo el cuerpo.
- Debéis tener cuidado –dijo la aparición mirando al suelo, sin duda refiriéndose a las tumbas desparramadas por todo el lugar y que ellos estaban pisoteando sin respeto alguno.
- Sí… sí, señor.
- No seréis como el manco ¿no?
Ya no había duda. Era el mismo espíritu que había maldecido al malabarista manco amigo del Atún, haciéndole que se rompiera la espalda. No había salvación.
- El muy cochino me dejó tirado en uno de estos malditos hoyos.
- ¿C… cómo, señor?
- Sí –tosió-, llevaba yo toda la noche cantando en el concurso de rondas (por si no os habíais dado cuenta, soy del grupo folclórico Adrada Raíces y Puntas) cuando subí aquí a fumar un pito, como hoy –y exhaló una gran nube de humo a su alrededor-. Ya sé que casca la voz, pero chico… Me puse a charlar con él, le dije que no debería estar aquí habiendo unas actuaciones tan preciosas en la plaza, cuando de pronto me caí a uno de estos agujeros y me di tal coscorrón que perdí el sentido. Pues el muy cochino no fue capaz de ayudarme, ahí me dejó tirao. Cagüen su estampa…
Sebas, algo tranquilizado por el parecido del fantasma con su abuelo Indalecio tras media botella de vino, comenzó a atar cabos ¡Así que ese era el fantasma! El traje folclórico, el humo, la desaparición…
Miró a sus dos amigos, que se recomponían en un “si ya lo decía yo” y, sin parar de reír, se metió en el saco. El suelo estaba duro, pero nunca había dormido bajo un techo tan bonito.