lunes, 13 de abril de 2015

En la revista del cole a veces publico alguna historieta, como esta en la que un niño a lo Huckelberry Finn conoce a otros, prisioneros en una especie de jaula...

PANTACLETO

Pantacleto era un niño corriente. Vivía con Limón, su gato de tres pies, en una cabaña con ruedas junto a un río de leche condensada.
También era normal su forma de vestir: con su chaqueta de judo y su pantalón a parches de dos largos iba siempre la mar de elegante. Llevaba los zapatos cambiados de pie, para no caminar nunca en línea recta. Y, los días de sol, se ponía una gorra de policía que había encontrado en la cabeza de uno.
Desde hacía un tiempo sufría una grave enfermedad (un médico al que nunca ha visto dice que por la picadura de un abejorro alejandrino): solo hablaba en verso. Decía una palabra, luego otra encima, y le salía una rima. ¡Uy, qué contagioso es!
Si salía a pasear, le oías decir:
-Le deseo buenos días, mi buen amigo Matías.
¿Y si era por la tarde?
-Don Matías, aunque feo, buenas tardes le deseo.
Un día su paseo en zigzag le llevó a una verja muy alta tras la que se oía un gran griterío. Se asomó y vio un montón de niños corriendo y gritando como grillos en una jaula. Algunos, al ver su aspecto estrafalario, se alejaron a toda prisa. Pero otros, aburridos de jugar siempre a lo mismo, se acercaron a él con curiosidad. Dos de estos eran Pepín y Carmela.
-¿Cómo te llamas? –le preguntaron.
-Sin dármelas de coqueto, yo me llamo Pantacleto.
-¿Y por qué no estás en el colegio?
-¿Esta jaula es el colegio? ¡No quiero ese privilegio! Os ayudaré a saltar si es que queréis escapar.
-¡No! No podemos. La directora nos castigaría.
-Y nuestros padres.
-¡Uy! Ahí viene la cuidadora.
Los niños se apartaron de la verja, pero Pantacleto, que tampoco parecía saber lo que era el miedo, se quedó a esperarla.
-Niño, ¿qué haces ahí?
-Buenos días y un sostén le deseo yo también.
-¿Cómo dices?
-¿La cazadora es usted? ¿Cazó a los niños con lazo, o bien empleó una red?
-No sé de qué me hablas, pero si no te vas llamaré a la policía.
Pantacleto se subió un poco la gorra de policía que llevaba puesta.
-Mejor llame usté a un bombero, que me falta ese sombrero.
La cuidadora se fue corriendo a avisar a la directora de que había un gamberro peligroso en la verja del colegio. Pantacleto aprovechó para despedirse de sus nuevos amigos.
-Si un día salir podéis, junto al río me veréis. Pesco trucha y palometa, y todas son de galleta. En mi pequeña cabaña seréis siempre bienvenidos, allí cabe toda España, aunque sea algo torcidos.
Pepín y Carmela se quedaron viendo cómo Pantacleto se alejaba en zigzag, como si estuviera jugando él solo en un balancín. Cruzaron una mirada astuta. Ya sabían dónde ir, si acababan los deberes antes de anochecer…




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