jueves, 16 de febrero de 2012

Sebas 3 - ¡Llega el circo!

¡LLEGA EL CIRCO!

Sebas apoyó un pie en el alféizar y con una mano se agarró a la rama más próxima. El primer paso era el más difícil, pero después, descolgarse por la encina hasta el suelo era pan comido. Desde su incidente con el Clan de los Desdentados, prefería utilizar esa salida para bajar a la calle. Aunque él no había hecho nada, por alguna razón sabía que le culpaban por la repentina pérdida de dientes de Rickie. Como decía su abuelo, “al que disfruta odiando, le sobran excusas”. Bueno, él en realidad utilizaba una palabra que empieza por j en lugar de “odiando”, pero así casi parece un proverbio chino ¿verdad?
El Topo le estaba esperando en la Fuente de Sotillo. Un pilón de piedra con cuatro caños, situado de espaldas a la carretera y que formaba un rinconcito de lo más agradable para sentarse y charlar. Traía algo en la mano.
- ¿Qué es eso? –preguntó Sebas.
- Mira –respondió el Topo alargándole un papel de colores brillantes.
- “Circo Plumbus. Los más grandes artistas de los más lejanos rincones del mundo. Animales salvajes, bellas bailarinas, arriesgados equilibristas y divertidos payasos. No se lo pierda. Única actuación, a las 18:00, junto a la Plaza de Toros de Sotillo de la Adrada. Entrada 15 euros”.
- Joé, ¿y de dónde saco yo 15 euros?
- Pues del mismo sitio que yo, ¿no te digo? No te preocupes por eso.
En ese preciso instante Sebas empezó a preocuparse. Pero a pesar de todo, acudió a la plaza de toros a las 17:50, según las indicaciones de su amigo.
- No hay que ser ansioso –le dijo éste-. El mejor momento es cuando está a punto de empezar, cuando todavía hay gente buscando sitio y los artistas están ocupados preparando sus números.
Dieron una vuelta al recinto, que estaba rodeado de vallas de obra y contenía las caravanas de los artistas y una carpa más bien pequeña. Divisaron a la señora que vendía las entradas, en la que seguramente se inspiraron docenas de cuentacuentos para describir a la bruja comeniños. De negro, con un moño apretadísimo, arrugada, con nariz ganchuda y ojos muy pintados y tan malvados que a punto estuvieron los chicos de renunciar a su aventura. Pero, al fin y al cabo, ¿para qué habían ido? Tras una observación concienzuda, localizaron “el punto débil”: un paso entre las traseras de dos caravanas y donde el faldón de la carpa había quedado flojo.
Aguardaron a que la gente comenzase a entrar y se dirigieron en formación de punta de flecha al lugar elegido. Encomendándose a San Crescencio, saltaron la valla. Atravesaron raudos la zona de caravanas y se asomaron con todo cuidado al interior de la carpa. Lo que creyeron que sería afluencia masiva de público no pasaba de una docena de personas, así es que era ahora o nunca. Se colaron por debajo del faldón y se dirigieron con naturalidad a sus asientos. Se situaron junto a una familia con la intención de pasar desapercibidos. Luego se dieron cuenta de que eran de raza negra y el efecto camuflaje sería menor, pero ya era tarde. Para más inri, acababa de entrar una pareja de la Guardia Civil, la misma que detuvo a Sebas y a su familia el “día de la mercromina”.
- Oh, no, Ruiz y Ortiz.
¡En ese momento comenzó el espectáculo!
El jefe de pista (un círculo enmoquetado no más grande que el salón de la casa de Sebas) anunció con grandes palabras a la señorita Paulina Estrabiscova, bailarina exótica y domadora de serpientes peligrosísimas. Los chicos se retreparon en sus asientos. La señorita Paulina salió de entre las cortinas. Estaba más bien escuchimizada y lucía un vestido al que le faltaban la mitad de las lentejuelas. Bailando una danza que Sebas estaba seguro de haber visto en un anuncio de Coca-Cola, se acercó a un cesto y sacó de él, no sin esfuerzo, una serpiente muy gorda que parecía dormida. Siguió bailando con ella sobre los hombros, resoplando y con prisas, como si se hubiese dejado el cocido en el fuego. Antes de que acabara la música, la mujer arrojó de nuevo la serpiente al cesto y saludó. El público tardó un poco, pero finalmente aplaudió.
El siguiente número fue el lanzador de cuchillos. La señorita Paulina fue atada a una tabla y soportó estoicamente cómo el jefe de pista, que se había quitado la chaqueta roja y el sombrero y se había puesto un chaleco de piel con flecos, clavaba a su alrededor unos cuchillos que parecían de latón.
Después llegó la magia. El jefe de pista, con chistera y capa esta vez, cortó a la señorita Paulina en varios trozos, y luego la recompuso, ante los sorprendidos ojos de los espectadores.
A continuación vinieron los payasos. El jefe de pista, con una nariz roja, zapatones y una gran porra, persiguió a un payaso más joven, dándole trompazos mientras tocaba una bocina.
De pronto el Topo dio un salto en su asiento.
- A ese le conozco yo –dijo, haciendo pensar a Sebas que sus gafas le daban el poder de la super-visión-. ¡Es el Atún!
- ¿El Atún? –dijo uno de los guardias civiles, que al parecer tenía super-oído. Y, haciendo una seña a su compañero, se situaron junto a la pista.
- ¿Quién es el Atún? –preguntó Sebas.
- Un pieza. Colega mío, claro. Hace unos meses le acusaron de quemar el coche del maestro. Yo estoy seguro de que no fue él, pero con la fama que tiene… Como cuando le echaron las culpas por envenenar a las ovejas del tío Segis con guindillas. Y tampoco fue él. Fui yo. ¡Quién iba a pensar que les sentaran tan mal! El caso es que el Atún se piró del pueblo. Nadie sabía qué había sido de él, y mira por dónde…
En ese momento, la bruja vendedora de entradas llego por detrás y les agarró por los hombros.
- ¿Y vuestra entrada?
- La hemos tirado.
- A vosotros sí que os voy a tirar, desde la torre de la iglesia, gamberros. ¡Que no respetáis a los artistas!
El jefe de pista-lanzador de cuchillos-mago-payaso captó la situación y se dirigió hacia ellos meneando el as de bastos. El Atún intentó hacer mutis a través de la cortina, pero Ortiz le cogió por la oreja. La bruja aflojó un momento la presa y Sebas y el Topo salieron pitando por el pasillo central, entre los aplausos de la gente, que creía que aquello formaba parte del espectáculo.
Aquella función fue largamente recordada, y el circo Plumbus se convirtió en el show de moda del verano en todo el valle. Un éxito sin precedentes. ¡Y eso que había perdido a una tercera parte de sus artistas!

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