EL FANTASMA – Segunda parte
Cuando Sebas llegó a El Teso con su bicicleta, el Topo ya estaba esperando. Sebas bajó de la bici y se quitó la mochila intentando parecer despreocupado. Al soltarla en el suelo sonó un ¡CLONC! Iba cargada con todo lo que se le había ocurrido que podría necesitar un trío de cazafantasmas: linterna, navaja, cuerda, cantimplora, saco de dormir, bocadillo de tortilla y una bolsa de cortezas de cerdo. Ah, y un crucifijo que ponía “Recuerdo de Calatrava”.
- ¿Qué pasa, tío? –saludó- ¿Por dónde vamos a ir a La Adrada, por la carretera?
- Nones. No me gusta ir junto a los coches. Iremos por el Canto de los Pollitos y rodearemos el cerro de la atalaya.
- ¿Y el Atún?
- Tarde, como siempre. ¿O será que le ha entrado el cague?...
En esto llegó el Atún en una BH destartalada, con su saco de dormir aplastado en el transportín.
- ¡Vamos, niñatas! ¡A la aventura!
Cogieron un camino ancho de tierra por el que de vez en cuando pasaba algún coche, pero al instante este empezó a bifurcarse en otros más pequeños y con más piedras, y se quedaron solos. Pedalearon un buen rato bajo los pinos, hasta que llegaron a las primeras calles de La Adrada. Pasaron junto al instituto y ascendieron la cuesta hasta el castillo en ruinas. Un gran paredón todavía se mantenía en pie, con los restos de una bóveda. Aquello debía ser la capilla. Alrededor había piedras diseminadas aquí y allá, y bastantes agujeros.
- ¿Topos gigantes?
- Buscadores de tesoros. Una vez vi a uno presumiendo de haber encontrado una vasija antigua y un par de doblones de oro. Aunque yo leí en la vasija “Made in Sartajada”, y en los doblones salía la cara de un rey que era clavadito a Franco.
- Bueno, ¿dónde nos instalamos? –preguntó el Topo pensando ya en el bocadillo de chorizo frito que le había hecho su madre.
- Aquí, en la capilla –respondió el Atún mirándole desafiante.
- Pues vale –respondió el Topo manteniéndole la mirada y rompiendo el papel de plata.
Sebas no las tenía todas consigo. La luz del sol se estaba yendo, y con ella cualquier parecido a una excursión campestre. Mientras compartían sus bocadillos y las cortezas, se preguntaba si no estarían cometiendo una gran estupidez.
- “Con lo bien que estaríamos echando un futbolín en el Dos de Mayo” –pensó.
El Atún y el Topo continuaron hablando en tono bravucón, cada cual narrando hazañas más gordas e increíbles, hasta que se les ocurrió la genial idea de contar historias de miedo.
- Esto ocurrió de verdad –dijo el Atún muy serio-. Me lo contó un jefe de boy-scouts, que estuvo en aquella desgraciada acampada. Fue cerca de La Nieta, en Piedralaves, aunque nadie dice exactamente dónde, para que no se le ocurra a algún loco volver a repetir. Me contó que habían acabado de cenar y de hacer el fuego de campamento. Se metieron en las tiendas, dispuestos a dormir, cuando comenzaron a oír pasos fuera. Pensando que era algún zorro, salió un chico de la tienda para asustarle y que no se zampara la comida. Pero pasó un rato, y el chico no volvía. Le llamaron y nadie respondió. Empezaron a oírse de nuevo los pasos. Esta vez se asomaron dos chicos con linternas. Y tampoco volvieron. Los demás se apretujaron en sus sacos de dormir, creyendo que las tiendas de campaña les servirían de protección, pero tras un rato de oír pasos, desde la tienda del jefe scout se pusieron a llamar a los demás ¡y no quedaba nadie! En un arranque de valor, el jefe abrió la cremallera y salió pitando cuesta abajo. Corrió tanto que casi se pasó el pueblo. Del resto de los chicos nunca más se supo.
- Seguro que fue El Lobandrel –dijo El Topo.
- ¿E… El Lobandrel? –preguntó Sebas.
- Es un lobo gigante que ronda por estas sierras. La gente lista nunca sale de su casa cuando hay luna llena.
- Anda, hoy hay luna llena.
- Bueno, esto es una capilla y también un cementerio. Aquí estamos a salvo.
- Del Lobandrel sí, pero de las almas en pena…
A estas alturas Sebas tenía tales temblores en el cuerpo, que parecía que le habían conectado a corriente alterna.
De pronto, los grillos dejaron de cantar.
Sebas miró alrededor, temiendo lo que podría encontrar. Las sombras se habían vuelto oscuras como pozos. Y entonces, como nacido de ellas, apareció.
Una figura con ropajes antiguos, envuelta en niebla, avanzó hacia ellos con paso majestuoso. Sebas dio un brinco, pero los otros dos fueron más rápidos y ya se habían apretujado en la retaguardia, dejándole a él el honor de enfrentarse al espectro.
- ¿Qué hacéis aquí? –pronunció éste con una voz lóbrega como una tumba.
- Na… na… nada, señor –qué difícil es hablar sin saliva y con espasmos por todo el cuerpo.
- Debéis tener cuidado –dijo la aparición mirando al suelo, sin duda refiriéndose a las tumbas desparramadas por todo el lugar y que ellos estaban pisoteando sin respeto alguno.
- Sí… sí, señor.
- No seréis como el manco ¿no?
Ya no había duda. Era el mismo espíritu que había maldecido al malabarista manco amigo del Atún, haciéndole que se rompiera la espalda. No había salvación.
- El muy cochino me dejó tirado en uno de estos malditos hoyos.
- ¿C… cómo, señor?
- Sí –tosió-, llevaba yo toda la noche cantando en el concurso de rondas (por si no os habíais dado cuenta, soy del grupo folclórico Adrada Raíces y Puntas) cuando subí aquí a fumar un pito, como hoy –y exhaló una gran nube de humo a su alrededor-. Ya sé que casca la voz, pero chico… Me puse a charlar con él, le dije que no debería estar aquí habiendo unas actuaciones tan preciosas en la plaza, cuando de pronto me caí a uno de estos agujeros y me di tal coscorrón que perdí el sentido. Pues el muy cochino no fue capaz de ayudarme, ahí me dejó tirao. Cagüen su estampa…
Sebas, algo tranquilizado por el parecido del fantasma con su abuelo Indalecio tras media botella de vino, comenzó a atar cabos ¡Así que ese era el fantasma! El traje folclórico, el humo, la desaparición…
Miró a sus dos amigos, que se recomponían en un “si ya lo decía yo” y, sin parar de reír, se metió en el saco. El suelo estaba duro, pero nunca había dormido bajo un techo tan bonito.




