¡Cómo se enredan las cosas! Fijaos en esta historia, autobiográfica total aunque no he ahondado en detalles físicos como mi gran musculatura, por no aburrir. Atentos:
En algún momento del siglo XX, seguramente hace más de quince años (¡ay, Dios!), llegó a mis manos un libro muy gordo titulado "Curso de Navegación de Glenans". Al leerlo, fue tal el ansia de agarrar una escota entre las manos y notar en la cara el viento de ceñida, que me metí en la bañera con la ducha en la mano y la ventana abierta y me apunté a un curso de vela. Con mi mujer, por supuesto. Siempre me ha acompañado en mis tonterías (¿he dicho ya que no echo la lotería porque ya me tocó el cuatro de abril del 90?).
En aquel curso descubrí la vela, afición que desde entonces se ha quedado clavada en mi cabeza en forma de síndrome de abstinencia primaveral, y que no consigo superar hasta que no navego una o dos veces. Pero también comenzó a fraguarse algo más. Algo que la espesa telaraña de la existencia no se encargaría de sacar a la luz hasta otros diez (¡ay, Dios!) años más tarde.
Tras seis o siete cursos, conseguí un montón de amigos. Tres, en concreto. Esta historia trata de dos de ellos: uno se llama Juan Carlos y la otra Catherine, para más señas. Un matrimonio más o menos con nuestras mismas aficiones, él se dedicaba a traducir y ella a algo de libros. Suficiente para una amistad.
Recuerdo el primer curso y la fiesta de la última noche, en el campo. Recuerdo la empanada y el caldero de sangría. Pero sobre todo recuerdo cuando me la eché encima al oír una voz cristalina que de pronto se puso a cantar ¡En francés! Una canción marinera que acalló todas las risas y nos hizo mirar a las estrellas. La misma voz que sonó el día de mi boda...
Pero continuemos o perderé el hilo. Remontémonos a cuando yo tenía seis años y escribí mi primer cuento, mi flamante "El coche y el conejo"... o quizá sea mucho remontarse. ¿Puede que aquella redacción, a los doce años, en que don Ricardo me puso un cuatro porque, a pesar de tener "un estilo muy bueno" el tema no tenía nada que ver con lo que él había pedido? ¿O quizá aquellas hojas sueltas que rellenaba en COU para acallar los hormigueos poético-amorosos de la febril adolescencia?...
¡No lo sé! El caso es que, enredándome enredándome, me había ido haciendo escritor. Pues con esto y unas dosis de Los Cinco, El Señor de los Anillos y Harry Potter en el cuerpo, me puse a escribir un libro: "Primer verano en Tresaguas". Luego abrieron el centro comercial y pasó a "Primer verano en Piedras Verdes". Tardé poco en escribirlo, unos siete años, y cuando acabé me acordé de mi amiga Catherine, que trabajaba en "algo de libros". Seguro que ella tendría algún consejo. Entonces tuvimos por mail uno de los diálogos más entrañables que recuerdo:
- Estimada Catherine, tengo un manuscrito, ¿qué puedo hacer con él?
- ¡Zopenco! Soy agente literaria. Mándamelo y veremos si se puede salvar algo de las brasas.
Sus ánimos y su buen humor me llegaron al alma. ¡Resulta que Catherine era agente literaria! A eso se refería cuando intentaba explicarse torpemente entre virada y virada... Sentí cómo me iba enredando más y más en las hebras de la telaraña. El avieso destino estaba en medio de todo aquello, no había duda.
Aquello fue en el 2008. Pasaron otros cuatro años (¡ay, Diooos!), escribí otro libro y todo, cuando el otro día (17 de abril de 2012, quede para la posteridad), en el trabajo, suena el teléfono:
- ¿Diga?
- Hola... soy Catherine.
- ¿Catherine? ¿Qué demo... qué se te ofrece, corazón?
- Tengo una revelación. Dios existe... ¡alguien quiere publicar tus libros! ¡Los dos! La editorial Planeta... bla... bla...
El mundo se me desdibujó ante los ojos. Sentí cómo todo me daba vueltas y desperté babeando y con un chichón como un balón de rugby. Pero con una sonrisa de oreja a oreja.
Después de tantos años y de tantas hebras de la telaraña recorridas ¡aquí está! ¡Que me van a publicar! Lo malo es que ahora me tocará llamar a Catherine y decirle:
- Se nos quedó la conversación a medias ¿Y ahora qué?
- ¡Zopenco! Ven a firmar el contrato ¿o es que ahora vas a andar con remilgos! ¡Espabila!
Ayyyyy, creo que nunca le agradeceré lo bastante a esta chica la dedicación que me ha regalado. Sin ella nunca habría podido ni aún el destino hacer nada por mí.
Esta entrada va por ti, Cat.
Besos
Zorionak!!!!! No cabe duda que hay talento! nosotros (incluyo a mi mujer y a mi hijo Oscar que también sueña con publicar un libro algún día).. lo estamos esperando ansiosos!!!
ResponderEliminarEs fantastico, grandioso, espectacular... a ver si te haces famoso y os acabais retirando !!!!!
ResponderEliminarLa flaca
¿Retirando de qué? jajajjajja... Si somos felices!
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